LA CHICA 10

Ya la había visto en sueños y ahora se reencarnaba. Era alta y sinuosa como las diosas talladas; y su rostro, lleno, parecía surgido de un programa de televisión. Rubia acidalia en abundante y largo recorrido, sus ojos eran dos grandes olivas, y sus labios encarnados y jugosos como la pulpa de las fresas. Se me erizó el vello y mi corazón subía y bajaba como por un tobogán, sin el menor control.
No estábamos en el cielo, rodeados de ángeles, sino en un simple bar, pero ni por un instante dudé que sería mía. Por fin había encontrado el verdadero amor, el que tanto había imaginado en los recovecos más profundos de mis pensamientos y deseos. Estábamos hechos el uno para el otro.
Pero no fue tan fácil.

Yo era un galán de medio pelo, acostumbrado a romper corazones más por labia y blasonería que por porte y estampa, pero en su presencia me vi privado del don de la palabra y en el primer intento de acercamiento mis labios permanecieron sellados, rebeldes a mis órdenes. A partir de entonces dudé que me obedecieran y tartamudearan como los de un idiota, o de que no fueran capaces más que de ensartar soberanas tonterías.
Me informé de sus horarios de visitas al bar y supe que trabajaba en una de las oficinas circundantes, razón por la cual casi siempre acudía sola. Comencé a hacerme el encontradizo, en espera de recuperar espontáneamente el aplomo, pero cada vez que la veía me transformaba en una liviana hoja a la merced de sus vientos: Ella era un torbellino.
Comenzaba a obsesionarme.

Tardé cinco meses en atreverme a dirigirle la palabra. Comenzaba julio y ya estaba tan acostumbrado a verla casi a diario que una prolongada ausencia a causa de sus vacaciones la imaginaba insufrible. Yo por mi parte estaba dispuesto a pasar el verano en esa cafetería.

El local estaba lleno pero sin agobios. Me situé a su lado y, reuniendo todas mis fuerzas, le espeté:

- ¿Qué cafetería crees que es mejor para pasar las vacaciones?

Se iluminó con una sonrisa fresca y blanca como un folio sin escribir. A la vez quedó una mesa libre y la invité a sentarse después de presentarme. Ella accedió. Miré el reloj. Quería guardar en mí el recuerdo de aquella fecha y hora memorables, convencido de que sería el comienzo de mi nueva vida.

Estaba feliz y radiante sentado a su lado, y ni siquiera tuve que preocuparme en improvisar una conversación porque ella se disparó enseguida. Comenzó a hablarme presuntuosamento de su trabajo para pasar en un suspiro a describirme sus modelitos y precios, para informarme a continuación de sus caprichosos gustos automovilísticos. Después se burló del físico abultado de una chica no especialmente agraciada que estaba en una mesa cercana y pasó a criticar a los camareros y la cafetería, a sus compañeros de trabajos y a una prima que tenía en no sé dónde. Hablaba como una ametralladora y me di cuenta de que en aquella mesa mesa no había más espacio que para su ombligo. Le tocó el turno a sus snobs vacaciones que las pasaría en Italia, y recordó las pasadas en Francia, en Vietnam, en Brasil...
Solté sobre la mesa un billete de cinco pavos, me levanté como un látigo y la dejé tirada en Tailandia. Necesitaba aire fresco. Abandoné el bar atropelladamente. Ya fuera, miré el reloj: 10 minutos. 10. Después de cinco meses era todo lo que la había podido soportar.
Noté un golpe en mi flanco izquierdo y me volví.

- Ten cuidado –La reprendí con brusquedad. Al momento me arrepentí. Ella no tenía culpa de nada.

- Lo siento –se disculpó con un hilo de suave voz-. Venía distraída.

Era pequeña y menuda, con un cuerpo tan frágil y sencillo como el tallo de una amapola. Su rostro era afilado y huidizo, sin la menor sofisticación, y sus labios finos y humildes dibujaron una mueca limpia en un lateral. Se mesó su corto pelo, liso y oscuro y levantó sus ojos marrones hacia mí.
Yo los vi transparentes.
Ese sí fue el comienzo de una gran historia de amor.

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