SEÑOR COMISARIO

Satisfecho, el comisario Lomas se frotó la incipiente barriga tras dar cuenta de la excepcional merienda. Cada semana, durante los últimos tres años, acudía a aquel bodegón a las afueras de la ciudad a disfrutar del crujiente pan que allí se horneaba a diario, del vino suave y afrutado procedente de los viñedos que circundaban la propiedad, y de los exquisitos embutidos caseros que Pipo elaborada como una bendición. Pero no era la gula lo que lo traía allí cada semana desde hacía tres años.

- Vamos, Pipo.-rezongó el comisario- Sólo por pura curiosidad... Yo haría lo mismo. Anda, Dímelo.

- ¿Le traigo un poco más de vino? –Le contestó Pipo distraído. Siempre distante, perdido en el pasado.
Con la mirada barrió el local desierto, y recordó otra época en la que los de niños correteaban entre las mesas, y un ejército de camareros a sus órdenes saciaban el hambre y la sed de la abundante clientela. Por aquellas Pipo ya era viudo, pues su mujer había muerto al parir a su hija, pero no tenía motivos por los que afligirse, pues en su preciosa hija vivía también la madre, siempre sonriente, siempre animada. Eran otros tiempos. Ahora había caído una maldición sobre el local, y solo el comisario y algún que otro despistado ignorante de lo acontecido allí hace tres años lo frecuentaban.

-Vamos, Pipo, ¿qué hiciste con el cadáver?. Si al llegar a la cocina aquella mañana –prosiguió el comisario-, encuentro a mi hija degollada, violada, llena del esperma del asesino...

Pipo frunció el gesto ante aquellas desafortunadas palabras que había desterrado al infierno, y se dispuso a reprender al comisario.

- Perdón, Pipo. Discúlpame –añadió Lomas, plenamente consciente de su desatino, pues había pronunciado aquella grosería a posta, buscando la provocación-. Si encuentro a aquel canalla sobre ella, yo mismo le hubiera retorcido el pescuezo así, y enterrado en algún lugar donde se lo comieran los gusanos.

El comisario desentrelazó las manos del imaginario cuello del criminal para mandarlas en busca de un cigarrillo. Sabía que Pipo había encontrado a aquel desgraciado la mañana de los autos, lo había matado y escondico en algún lugar. La policía científica encontró trazas de sangre por toda la cocina, pero en lugares tan extraños que resultaba difícil que fuese de la hija, y tan diluida que se hizo imposible un análisis. Pipo se disculpó por la limpieza, aduciendo que su hija sólo podía fallecer en una habitación tan limpia como su alma. También justificó la tardanza en dar aviso a la policía: Durante dos días estuvo desorientado, sin saber que hacer. Pero Lomas no se dejaba engañar facilmente.
Su experiencia le aseguraba que a base de insistir, todo criminal acababa confesando, aunque fuera sólo para lavar su conciencia, aunque fuera por puro aburrimiento. Y él no tenía inconveniente en regarle con buenas dosis de él, semana tras semana, mientras se deleitaba con esos exquisitos manjares.

- Dime donde pusiste el cadáver, quedará entre los dos –mintió Lomas-. Será algo extraoficial, lo prometo. Después de tantos años te considero un amigo y estoy dispuesto a hacer la vista gorda.

Lo que en verdad preocupaba a Lomas era el daño que el asesinato sin resolver de la hija de Pipo infringía a su expediente. Sin cadáver, el asesino andaba oficialmente suelto. Por un momento pensó en la gloría que supondría no sólo solventarlo, sino atrapar a otro asesino: El propio Pipo

- Vuelva la semana que viene, señor Comisario. Tal vez me decida a confesar.

De los ojos de Lomas surgió un destello de esperanza. Quizá por primera vez Pipo estuviera a punto de derrumbarse.

-Muy bien, Pipo. Volveré la semana que viene. Espero que no cambies de opinión hasta entonces. Cóbrame, que me voy.

- Oh, señor Comisario. Ya sabe que su dinero no vale aquí.


Era martes cuando el Comisario Lomas se apeó del coche y, con paso firme, se dirigió hasta el merendero. Hacía calor aquella tarde de otoño y varios rebaños de nubes pastaban en el cielo. Encontró el establecimiento vacío, como siempre, y a Pipo faenando tras la barra.

-Ya estoy aquí. –Informó Lomas.

-Siéntese señor comisario. Ahora mismo lo sirvo.

- Recuerda tu promesa: Dónde econdiste el cadáver de ese mal nacido –Le refrescó Lomas las palabras de la semana anterior.

-Hoy lo confesaré, señor comisario. Pero primero disfute de la merienda

Lomas se frotó las manos, y esta vez no por las viandas de las que iba a gozar. Con el asesinato de la hija zanjado y Pipo en la cárcel, ya nada le impediría el ascenso.

Al poco tiempo apareció Pipo con una panera repleta de una hogaza troceada y una jarra de vino fresco, y las posó sobre la mesa del Comisario.

Lomas penduleó la cabeza entre el mantel y la mirada de Pipo, hasta que este se dio cuenta.

- ¡Los embutidos! Perdoné señor Comisario.-Se disculpó Pipo retirándose apresuradamente.

Segundos después reapareció con una bandeja que abandonó sobre la mesa.

-¿Qué significa esto?- Indignado, Lomas contempló la fuente vacía.- ¿Dónde están los embutidos?.

-¿No quería saber lo que hice con el cadáver? –respondió Pipo-. Pues eso, señor Comisario. Usted se lo comió todo durante estos tres años.

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