¡TE ENCONTRE!

Llevaba Días presintiendo que lo acechaba. Eran pequeños detalles que le erizaban el vello del cuerpo y le estremecían por completo. Al principio pensó que eran sólo imaginaciones suyas, pero ahora tenía la completa certeza de que había dado con él.

Inclinado como un grifo sudoroso sobre el colchón empapado rompió a llorar.

- Es inútil huir-gimió un lamento-. Siempre dará conmigo.

Era otra ciudad, otro trabajo, un nuevo rostro camuflado entre la multitud; incluso una nueva imagen, otro corte de pelo, nuevas costumbres... y recuerdos.

Pero lo había encontrado de nuevo y lo había vuelto a envenenar.

Inoculado de ponzoña, notó como las fuerzas le desamparaban y el sorprendente dolor se esparcía sobre cada una de sus células.
Con un pesado movimiento logró encender el aplique de la mesilla. El reloj indicaba las tres de la mañana. Derrotado se abandonó sobre el lecho.

Casi fue incapaz de levantarse a la mañana. Presa del dolor y del veneno, gracias a un sobrenatural esfuerzo, logró enfundarse el traje del día anterior. No desayunó, ni se afeitó, ni se lavó... Tan sólo se frotó los ojos y se atusó su pelo negro, corto y abundante. Contempló su imagen desaseada en el espejo del aparador de la entrada, Sus ojos abultados y enrojecidos. Sobre su rostro descompuesto por el sufrimiento se extendía un borrón azulado de precoz barba.
Miró el reloj. Llegaba ya muy tarde. Recogió la cartera con esfuerzo, como si estuviera elaborada de plomo y se atrevió a salir.

Era una deliciosa mañana de finales de primavera, repleta de colores y aromas, repleta de alegría y bulleantes transeúntes camino de su trabajo.
Pero para él la mañana transcurría en blanco y negro, difusa a causa de la rara niebla que lo rodeaba. Cabizbajo y dolorido, avanzó por aquel mundo plano y mal sintonizado, lejano y ajeno como un programa de televisión.

Las aceras eran de cemento fresco y el aire de hormigón vaporizado. A los pocos pasos tuvo que detenerse para recupera fuerzas. Su cuerpo tiritaba y sintió pánico al verse en medio de todos aquellos peatones, distantes y hostiles, que no dejaban de mirarlo con odio cuando pasaban a su lado.

Estaba aterrorizado. Sin pensarlo otra vez, emprendió el camino de regreso a su piso. Allí se sentiría más seguro.

Se tomo de un trago un sorbo de whisky; eso atenuaría el dolor. Después se libró de los zapatos y la chaqueta. Agotado por tanta actividad realizada, se abalanzó sobre la cama y rompió a llorar.
Rendido ante la evidencia lo asumió: Nunca podría escapar. La depresión lo había vuelto a encontrar.

No hay comentarios: